Movimiento que hay en mí – Segundo Premio VIII Certamen Literario Parkinson
Autor: Carlos Llaneza Aller
Cuando todo se para y no es el mundo, eres tú. Cuando todo va más despacio y no es la vida, eres tú. Cuando sientes que ya no hablas igual y no son los otros que no entienden, eres tú. Cuando te falta ritmo en tus movimientos y ves que solo eres tú. Angustia. Soledad. Incomprensión. Angustia por no saber. Soledad por no entender. Incomprensión de doble dirección.
Ahora es el momento de mover el corazón para sentir sus latidos colgar del reloj de la vida y cantar el fado que mida el estado de mi pasión. Ahora es el momento de mover el alma para sentir sus versos fluir el río del camino y cantar la elegía del destino cuya ola surque mi mente sana. Ahora es el momento de mover el mundo para sentir su sangre vivir incendiando almas de paz que cambien la faz de la tierra. Recibes la noticia en plenitud de vida, sin causa justa ni injusta. No importa, el caso es que tu mundo cambia, te pierdes en mil laberintos sin encontrar el camino, sin entender un por qué. No busques razones, si lo haces pierdes el sentido del nuevo destino que debes encontrar. Y llegó la hora, sales al cuadrilátero de la enfermedad, sin guantes, sin protector dental. Solo con tu mente, con tu fuerza, si es que te quedan, con tu rabia de no poder dominar lo que va en ti. Ese movimiento que hay en mí, incontrolable, desnudo que de repente se para y no da un paso más. Esas manos que apenas controlas y que experimentan flujos desorientados que vuelan delante de tus ojos y que patinan igual que lo hace tu habla o tu escritura. Pero hay algo que te dice que no puedes parar, ni mirar atrás y buscas el milagro pero no lo encuentras. No lo hay, solo hay ganas de crear un nuevo ritmo de vida que nunca pare. Y luego saber levantarse, no basta caer bien. Necesitas impulso y ese te lo da lo que llevas dentro, lo que eres. No hay lugar al lamento. Llorar si, lo justo y lo necesario, luego no hay tiempo ni de mirar ni de volver atrás.
Días buenos, otros menos. Pero todo va cambiando, incluso tu sensibilidad y te sientes solo, muy solo y siempre dices que estas bien. Pero no te engañes a ti, no lo estas, hay demasiadas secuelas para que cada día vivas al menos una. Quieres parecer normalidad, quieres que todo fluya pero si no es el sueño, es la escritura, sino deglutir y otras veces el mantener el equilibrio. O lo que llevas por dentro, la tristeza de no verte pleno, el miedo al futuro, a no ser tu. Carrera contra tu reloj vital, irás empeorando, irá avanzando la ciencia y tu en ese cruce de caminos, solo contigo mismo diciendo todo va bien. Lo que no puede faltar es un ancla a la vida, viajando, escribiendo, leyendo, compartiendo tus pensamientos y creencias y mantener la mente sana y el cuerpo activado. Ahora llega el momento de no perder lo que me quede de vida. Mi experiencia completa mi conocimiento y la fuerza del destino me lleva a creer. Pienso entonces que lo que me queda es aportar en el cambio de mi mundo. Seguramente no podré modificar el universo, pero si podré ser faro en la costa de intensa luz en el que se pueda apoyar mi entorno. Y una vez más la verdad es poliédrica, movimiento que hay en mi para mover mi alma y el mundo, al tiempo que mis manos tiemblan y mis piernas pesan. Escenarios de comedia griega, donde los dioses se encuentran con los hombres para deleitarnos entre máscaras y desnudos en un laberinto mágico que es la vida.
Mientras brille el sol en primavera; mientras la luna llena vuelva cada mes a mecer en las olas del mar; mientras llegue el día por el este y se vaya por el oeste; mientras las estelas de mar indiquen nuestro pasado; mientras haya montañas que escalar para acercarse al cielo; mientras seas capaz de emocionarte con un beso, una canción, admirando un cuadro latiendo al par de quien te quiere; mientras haya otoño en los hayedos de mi León natal; mientras siga enamorado de la vida; seguiré bailando la danza del movimiento que hay en mí.