El sol y el rumor de las olas despiertan a Narciso como cada día desde hace más de cincuenta años. A su lado «Tere» empieza a desperezarse frunciendo los labios con esa mueca tan suya que le llena de ternura. Su mujer solía tardar más en despertarse que él, pero ahora, mucho antes de que esté aseado y vestido, ya ha puesto el desayuno sobre la mesa y ha empezado a hornear una tarta.
Cada día le cuesta más acabarse el café antes de que se enfríe. Y eso que ahora tiene un montón de cacharros nuevos para ayudarle con sus cosas. Se los ha comprado su hija Sonia. Ella no se lo ha dicho, pero está muy preocupada. Se ha mudado de vuelta al pueblo desde la capital porque «la gran ciudad la agobiaba». Se vinieron los tres de un día para otro, con toda la casa a cuestas como caracoles. Le gusta mucho tenerla en casa otra vez. Pero le duele que renunciara a la vida que tenía montada en Madrid para venir a cuidarle. Ella repite que no se preocupe, que ahora puede «teletrabajar», que solo necesita ir a la oficina un par de veces al año. Y Diego, su marido, dejó de trabajar porque no encontraba nada de lo suyo y desde que Pablo nació se ha dedicado a cuidarle.
Hoy le ha costado abrir la puerta del taller. Tiene los dedos entumecidos y no atinaba a meter la llave. Pero una vez dentro, se le pasan todos los males, está en su elemento. El olor a barniz, las herramientas y el balancín a medio hacer le dan la bienvenida. Al principio no encontraba el papel de lija. Últimamente tiene la cabeza en las nubes como le dice «Tere» cada vez que se despista. Pero nada de esto importa, porque cuando se pone a lijar la pieza de haya siente que todo es como antes. Sus manos saben cómo agarrar la madera. Eso sí, tiene que parar cada poco, su aguante ya no es el que era. Mientras descansa disfruta de las motas de serrín revoloteando perezosas en el rayo de sol que cruza su taller y reflexiona cómo ha cambiado su vida en los últimos tiempos. Las risas de Pablo y Diego rompen su melancolía, están jugando en la playa cerca de la casona junto al acantilado. Esta situación también tiene cosas buenas.
Pronto vendrá su yerno a echarle una mano. Le está enseñando carpintería, porque si de lo suyo no encuentra trabajo, será que igual tiene que dedicarse al oficio familiar. Un buen carpintero siempre hace falta y cada vez escasean más. No está de moda. Y como la gente sigue necesitando muebles, se los compran por «dos duros» de «pichiglás» y los montan en casa. Nada que ver con la elegancia y la robustez de la madera de verdad. Por eso, cuando su nieto dijo que quería un caballito por su cumpleaños, no se lo pensó dos veces y se puso manos a la obra.
A Diego todavía le falta precisión en los cortes y firmeza al aplicar el barniz, pero tiene que reconocer que ha hecho un buen trabajo. La cara de «Pablito» lo dice todo cuando al día siguiente sopla las cinco velas de la tarta y abraza el caballito bayo con cariño.
—Papi, ¿lo has hecho tú?
—No, lo hizo el abuelo. Pero yo le he ayudado.
—Le llamaré Mar —dice con cariño, estampándole un beso pringoso en el hocico.
—¡Vaya nombre! ¿Por qué le vas a llamar así?
—Porque lo habéis hecho entre los dos. El abuelito tiene las manos de olas y tú de roca.
Mientras su nieto se balancea adelante y atrás a lomos de Mar, Narciso sonríe. Está orgulloso de poder seguir atesorando momentos como este, aunque sea con la cabeza en las nubes y las manos de olas.


2024 ACTA del IX Certamen Literario de la Asociación Parkinson León

León a 19 de mayo de 2024
El jurado, compuesto por:
– Eva María Riber Herráez
– Andrés Martínez Trapiello
– Enrique Fernández Fernández

Ha decidido por unanimidad otorgar
El primer premio del IX certamen literario de la asociación Parkinson León a: Doña Sara García de Pablo por su trabajo “Manos de olas”
Y el segundo premio a: Don Samuel Pintos González por su obra: “El vuelo de la mariposa”

Subvencionado por:

Funación ONCE